Actualmente nos encontramos viviendo un tiempo caracterizado por la falta de certeza. Desde la mirada de la neurociencia, la incertidumbre es una de las amenazas sociales típicas que nos posiciona en un estado defensivo y poco propenso a la adopción de los riesgos inherentes a las decisiones creativas e innovadoras. Sin embargo, lo evidente es que esta es y será la condición normal del escenario presente y futuro.
Pues bien, si aceptamos como fuente de reflexión que así es el escenario, el desafío es cómo convertir esta condición de contexto en un ecosistema que, lejos de hacernos sentir amenazados, nos puede motivar y energizar para asumir los riesgos que la innovación, en un terreno escaso de certidumbre, supone.
Este año de cambios inesperados me sorprendió primero formándome en la gestión de sistemas complejos, y luego en el coaching basado en neurociencia para trabajar sobre lo que conocemos como neuroliderazgo: liderar con el cerebro en mente.
Lo curioso es que en estas decisiones de formación no había proyectado lo oportuno de sumar estos conocimientos para abordar la transformación forzada que la pandemia nos aportó.
La complejidad, entre otras cosas, nos hace muy visible lo inevitable pero inspirador de la conectividad y la interdependencia. En un sistema humano, ambas significan que una decisión o acción de cualquier individuo, ya sea un grupo, una organización, una institución o un sistema humano, puede afectar a ellos y a los sistemas relacionados.
Asimismo, otro aspecto importante de los sistemas complejos es su condición multidimensional. En un contexto humano, la dimensión social, cultural, técnica, económica y global pueden incidir e influir entrelazadas. La característica distintiva de un sistema complejo es que es capaz de adaptarse y evolucionar, creando de esta forma un nuevo orden constituido por distintas formas de trabajo, estructuras y relaciones entre roles.
El neuroliderazgo nos deja en evidencia el hecho de que no hay dos cerebros iguales y, por lo tanto, es fundamental valernos de la riqueza de las diferentes miradas para poder potenciar nuestro conocimiento. A tal fin, debemos procurar mantener nuestra mentalidad abierta al cambio y al crecimiento.
Sostengo que tenemos una “puerta en nuestra mente, y la clave en la interacción es encontrar la “llave que la abre para poder convertir el intercambio en una conversación poderosa. Por otra parte, ser conscientes de cómo cambiamos es reconocer que es un proceso que nos permite influir positivamente, ya sea creando un estado de recompensa – motivación – facilitando el descubrimiento – visión – comprometiéndose para la acción y construyendo un hábito.
Aquí también el reconocimiento es una manera de reforzar el afianzamiento de nuevas conexiones. Entonces ¿Cómo asegurar el puente entre el concepto y la ejecución?
Un puente efectivo es el mindset de la Agilidad. El propósito brinda sentido, nos acerca a quienes somos y a quienes queremos ser. Entender cómo impactan las conexiones del ecosistema y apalancarnos en las herramientas que el neuroliderazgo nos ofrece, facilita el camino que la transformación cultural / organizacional, propia de la evolución de cualquier sistema social, exige.
El malentendido es creer que tener en claro un concepto supone de un movimiento. Ejecutar con agilidad requiere foco en el para qué y un equipo influyente, colaborativo, interdisciplinario y autogestionado. El modelo de toma de decisiones se orienta al 90 / 10; implicando que solo escale el 10% de la toma de decisiones.
De este modo, las organizaciones deben identificar las capacidades requeridas y la dotación es una consecuencia. Lo más sofisticado es hacerlo simple y aceptar con empatía y como un regalo la opinión del otro en la co-creación inherente a esta forma de gestión.
Recientemente escuché una frase que se le atribuye a un líder de la NASA y me parece elocuente para describir este mundo de mentes diferentes: “Podemos programar un vuelo a la luna, pero nunca sabemos como terminará una reunión de equipo .
Autor: Raúl Lacaze – publicado en El Cronista