Estamos contemplando pasivamente como diferentes minorías – tal vez, interrelacionadas – generan un escenario de impotencia social.
El factor común, es la falta de respeto y la violación a algunos acuerdos de convivencia tácitamente compartidos por la mayoría.
Entonces, en general, aceptamos “silenciosamente” porque no deseamos padecer la violencia estructural que quienes avasallan esos principios tácitos de convivencia eligen como modo de operar.
Lo palpable es que vemos a grupos de gente adueñándose de espacios públicos y privados sin ninguna restricción y, mucho menos, sanción por estos hechos.
Necesitamos trabajar sobre nuestros comportamientos colectivos, salir de los extremos y las decisiones de escalamiento de reacciones agresivas ante los disensos que se transforman en posiciones fijas, acompañadas de declaraciones estridentes de las que suele ser muy difícil bajar por no sentirse débil o perdidoso, y así arribar a una solución consentida.
Refuerzo la palabra consentimiento porque me parece que representa mejor la aspiración a la que podemos orientarnos cuando se trata de lograr una solución. La diferencia con el consenso es que éste supone un total acuerdo con la solución planteada; sin embargo, el consentimiento requiere aceptación donde, aun no estando totalmente de acuerdo con la decisión, estoy dispuesto a ceder algo de mi posición original en beneficio de abordar una alternativa que permita una mejor convivencia general; donde las partes involucradas puedan sentir que han logrado una solución aceptable, cediendo en parte para obtener una mejora en el escenario colectivo.
Profundizando la reflexión, a veces me pregunto si la búsqueda de consenso no atenta contra la diversidad que pregonamos para mejorar las decisiones en las organizaciones.
La base de la diversidad es, justamente, el poder escuchar voces que no necesariamente tengan mi misma mirada, y así procurar una alternativa de acción que supere mi posición original.
Por otro lado, el consentimiento no supone un cien por ciento de opiniones iguales de las partes involucradas, sino ceder aspectos de mi posición original, no por estar totalmente de acuerdo con la alternativa a desplegar, pero dispuesto a acompañar con compromiso porque apuesto a la posibilidad de lograr una adopción colectiva que mejore la convivencia.
El consentir requiere confianza, cedo, pero confío en que la/s otra/s parte/s hará/n lo acordado sin agachadas, y humildad, sobre todo si soy quien detenta el mayor poder porque implica aceptar ceder sabiendo que, tal vez, podría imponer.
En tiempos en los que escuchamos asiduamente aseveraciones sobre la necesidad de acordar algunos pilares para la vida en sociedad y poder construir estrategias a largo plazo que los sostengan – menos dependientes de los avatares políticos y el protagonismo de liderazgos temporales – podría ser un camino facilitador el adoptar el hábito de consentir en beneficio del bien común.
Estamos contemplando pasivamente como diferentes minorías – tal vez, interrelacionadas – generan un escenario de impotencia social.
El factor común, es la falta de respeto y la violación a algunos acuerdos de convivencia tácitamente compartidos por la mayoría.
Entonces, en general, aceptamos “silenciosamente” porque no deseamos padecer la violencia estructural que quienes avasallan esos principios tácitos de convivencia eligen como modo de operar.
Lo palpable es que vemos a grupos de gente adueñándose de espacios públicos y privados sin ninguna restricción y, mucho menos, sanción por estos hechos.
Necesitamos trabajar sobre nuestros comportamientos colectivos, salir de los extremos y las decisiones de escalamiento de reacciones agresivas ante los disensos que se transforman en posiciones fijas, acompañadas de declaraciones estridentes de las que suele ser muy difícil bajar por no sentirse débil o perdidoso, y así arribar a una solución consentida.
Refuerzo la palabra consentimiento porque me parece que representa mejor la aspiración a la que podemos orientarnos cuando se trata de lograr una solución. La diferencia con el consenso es que éste supone un total acuerdo con la solución planteada; sin embargo, el consentimiento requiere aceptación donde, aun no estando totalmente de acuerdo con la decisión, estoy dispuesto a ceder algo de mi posición original en beneficio de abordar una alternativa que permita una mejor convivencia general; donde las partes involucradas puedan sentir que han logrado una solución aceptable, cediendo en parte para obtener una mejora en el escenario colectivo.
Profundizando la reflexión, a veces me pregunto si la búsqueda de consenso no atenta contra la diversidad que pregonamos para mejorar las decisiones en las organizaciones.
La base de la diversidad es, justamente, el poder escuchar voces que no necesariamente tengan mi misma mirada, y así procurar una alternativa de acción que supere mi posición original.
Por otro lado, el consentimiento no supone un cien por ciento de opiniones iguales de las partes involucradas, sino ceder aspectos de mi posición original, no por estar totalmente de acuerdo con la alternativa a desplegar, pero dispuesto a acompañar con compromiso porque apuesto a la posibilidad de lograr una adopción colectiva que mejore la convivencia.
El consentir requiere confianza, cedo, pero confío en que la/s otra/s parte/s hará/n lo acordado sin agachadas, y humildad, sobre todo si soy quien detenta el mayor poder porque implica aceptar ceder sabiendo que, tal vez, podría imponer.
En tiempos en los que escuchamos asiduamente aseveraciones sobre la necesidad de acordar algunos pilares para la vida en sociedad y poder construir estrategias a largo plazo que los sostengan – menos dependientes de los avatares políticos y el protagonismo de liderazgos temporales – podría ser un camino facilitador el adoptar el hábito de consentir en beneficio del bien común.